La pintura como acto de resistencia:

Recuerdos de Vlady *

Claudio Albertani

 

 

El arte es este movimiento que exalta y niega
al mismo tiempo. “Ningún artista tolera lo real”,
dice Nietzsche. Es cierto, pero ningún artista
puede prescindir de lo real. La creación es
exigencia de unidad y rechazo del mundo.

Albert Camus, El Hombre Rebelde

 

Conocí a Vlady a finales de 1990 y lo frecuenté asiduamente hasta el día de su muerte, en Cuernavaca, el 21 de julio de 2005. La amistad que nos unió tenía origen en una pasión común: la vida y la obra de su padre, el gran revolucionario y novelista ruso-belga Victor Serge.

Vlady me platicaba de su juventud en la Unión Soviética , de la vida de su padre, de los anarquistas que había conocido en París y en México. Poco a poco, me fue abriendo su corazón y su prodigiosa memoria. Para mi era un verdadero deleite escucharlo, y supongo que a él le daba gusto encontrar a alguien con quien conversar sobre estos temas.

En una ocasión, mientras platicábamos, Vlady sacó un cuaderno con dibujos a lápiz y notas escritas con letra menuda y compacta.

-Mira, me dijo. Tal vez te interesen. Eran los retratos y apuntes que había hecho de Volin, el gran anarquista ruso, y uno de los primeros disidentes de la revolución.

-¿A poco lo conociste?

-¡Claro que sí! Fue en París, a finales de los años treinta. Y empezó a contarme anécdotas sobre quien sigue siendo uno de mis héroes favoritos.

-Tengo más dibujos de esta época, añadió.

 

Se puso a hurgar en unos cajones (los había muy numerosos en su taller y todos muy desordenados…) y, poco a poco, fue apareciendo un sinnúmero de viejos papeles maltratados, con retratos en forma de bocetos y apuntes. Eran, en gran parte, los amigos y compañeros de Serge, que Vlady había conocido en algún momento de su niñez y adolescencia.

-Tienes que publicar estos dibujos, le dije asombrado. Y tienes que sistematizar tus recuerdos. Esto no se puede perder.

Vlady no se convencía. Perfeccionista como era, no quería publicar materiales que, según él, no poseían la calidad de sus trabajos posteriores. En un primer momento no insistí, pero no dejé de abordar la cuestión cada vez que se presentaba la oportunidad.

 

-Vamos a publicar los dibujos, me dijo un día. Haremos un libro y tú te encargarás de sistematizar mis recuerdos.

Acepté gustoso, sin saber con claridad en qué aventura me estaba embarcando. Decidimos trabajar por medio de entrevistas que yo grabaría y pasaría a la computadora. Escogíamos , sin mucho orden, un retrato y Vlady hablaba a rienda suelta, apenas interrumpido por mis preguntas. Cada papel le traía a la mente un sinnúmero de recuerdos: además del personaje y sus relaciones con Serge, me hablaba de las circunstancias en qué había hecho el dibujo, mismas que siempre tenía muy presentes.

Había retratos muy viejos, como él del escritor rumano Panaït Istrati, fechado en el año de 1928 en Leningrado, cuando Vlady apenas tenía ocho años. En la misma época, o poco después, dibujó también a los poetas disidentes Maximilian Volosin, y Nicolái Kliúiev. Otros apuntes se remontaban a la época de Orenburgo, la antesala geográfica y política del gulag, en donde Serge y su familia estuvieron confinados hacia mediados de los años treinta. Otros más estaban fechados en Bruselas, París, Marsella, Santo Domingo, Cuba, México…

 

El pintor y sus obsesiones

 

Aquellos retratos y las largas conversaciones que sostuve con Vlady en el lapso de unos quince años, me permitieron reconstruir trozos de la trayectoria de Serge y de sus camaradas y también acercarme al mundo espiritual del pintor, a sus pasiones, a sus inquietudes, y comprender así algunos aspectos de su peculiar colocación en la historia de la pintura contemporánea.

¿Cómo definirlo? Subversivo, provocador e iconoclasta en los temas, Vlady fue clásico y hasta conservador en las formas.

Recuerdo que una vez, al preguntarle alguien si se sentía más ruso o más mexicano, él contestó desafiante: “yo me siento pintor”. Escribió sin embargo: “quiero mucho a mi país. Este. México. Y no lo amo como otro que me hubiera adoptado. Aquí todo está por hacerse aun”.

Vlady fue entre los últimos sobrevivientes de una generación de hombres universales que se formaron en las asperezas de las guerras mundiales, del fascismo y de las revoluciones de la primera mitad del siglo XX. Fruto de una larga maduración, sus ideas sobre el arte eran peculiares. Rechazaba gran parte de la pintura contemporánea después de Van Gogh. No le gustaban el cubismo, el abstractismo, el expresionismo, el constructivismo, el conceptualismo… Tenía una vieja pelea incluso con los surrealistas con quienes compartía, sin embargo, dos pasiones: la libertad y la revolución. Salvaba , al menos en parte, al muralismo, y en particular a Diego Rivera de quien - en una entrevista grabada por Canal 22 poco antes de su muerte - llegó a decir que fue el más grande pintor del siglo XX, porque reintrodujo la técnica del fresco.

Pintor extremadamente culto, ensayista aventurado, Vlady dominaba la historia del arte como pocos. Esto no se refleja únicamente en sus numerosos textos teóricos (gran parte de los cuales permanecen inéditos), sino también en su quehacer artístico. Vlady “citaba” cuadros como Walter Benjamín citaba textos: para imprimirles el sello de su propia subjetividad subversiva. Algunas de sus mejores creaciones como Judith y Holofernes (a partir del original de Artemisia Gentileschi), Las Meninas (a partir del original de Velásquez) o, incluso, los grabados inspirados en Tiepolo, se explican así.

En el inmenso mural de la biblioteca Lerdo de Tejada, en la ciudad de México, La Revolución y los Elementos –y también en su taller de Cuernavaca, donde se amontonan miles de cuadros, dibujos y grabados- se cuentan los secretos de las grandes revoluciones de la humanidad, al estilo de Giorgione, Tiziano, Rembrandt, Rubens y Goya. La razón, la voluntad, la libertad, la tiranía, la tragedia, el deseo, la esperanza, el desaliento, en fin aquellas pasiones que son la materia prima de la humanidad en movimiento encuentran en Vlady una transposición plástica en la mejor tradición renacentista.

Porque, en efecto, el tema de Vlady es la revolución. No sólo la revolución rusa, en cuyo vientre nació, sino todas las revoluciones. A diferencia de sus antecesores muralistas, sin embargo, Vlady no fue panfletario, ni didáctico; tampoco declarativo. En La escuela de los verdugos -cuadro que empezó a pintar en los años cuarenta, sin nunca terminarlo- Vlady revela su ambivalencia y sus fantasmas. Él fue un rebelde cuya exigencia de rebelión se transformaba en pintura.

Las personas que frecuentó gracias a su padre y a su propia experiencia en la Unión Soviética , le dieron un carácter y una manera de ser: no aceptar que la vida esté hecha de una vez por todas. El revolucionario, dijo Camus, es al mismo tiempo un rebelde o ya no es revolucionario, sino policía. El arte de Vlady es rebelde porque cuestiona el poder, incluso el poder que emana de la revolución, aunque el propio Vlady -quien hace décadas rechazó las galerías y los circuitos comerciales- mantuviera con este mismo poder una relación ambigua, y en ocasiones desconcertante.

Revolución social, revolución cultural, revolución de la vida cotidiana, revolución material, revolución de los colores y hasta musical; he aquí sus obsesiones. Como en Walter Benjamín –con quien no puedo dejar de asociarlo- en Vlady el materialismo es aliado de la teología; pero su manantial no es el mesianismo judío, sino un cristianismo bárbaro y pujante, que se amalgama con el impulso revolucionario del mujik o con la liberación del indio mexicano. El ejemplo de rigor es aquí el retrato que hizo del obispo de Chiapas, Samuel Ruiz. Una fe herética y una mística terrenal animan los rostros que Vlady dibujó, grabó o pintó, igual que los héroes anónimos de Los hombres en la prisión y de Nacimiento de Nuestra Fuerza, las novelas corales de Serge.

Detrás está la herencia rusa: la potencia de la tierra, y aquella peculiar mezcla de sensualidad y espiritualidad telúrica que arranca del arcipreste Avvakum para llegar hasta Dostoyevski. Así cómo Serge fue un novelista ruso nacido en Bélgica que escribía en francés, Vlady fue un artista mexicano nacido en Rusia que pintaba con las fórmulas renacentistas.

 

En el ojo del huracán

 

-La vida empezó para mí como una gran aventura, me contó. La aventura de cambiar el mundo desde sus bases.

-Recordar me lastima porque me hace revivir mis propios fracasos. Confieso que después de ver tanto sufrimiento quedé con una fuerte ambivalencia hacia la política: la detesto, pero es parte de mis demonios interiores. Y mi vida es un persistente diálogo con sus grandes temas. Sigo pensando que nuestra sociedad está enferma y que necesitamos un cambio radical. A pesar de su triunfo, el capitalismo no ha resuelto los grandes problemas de la humanidad; sólo ha hecho a un lado las preguntas incómodas.

-Mi padre perteneció a una corriente que desde un principio vio y denunció las fallas del modelo soviético, pagando esta osadía con la vida, la prisión, o el destierro, sin renunciar a creer en la posibilidad -incluso la necesidad- de una transformación en sentido socialista. Es por eso que la caída del régimen soviético no me hizo huérfano ni víctima. Haber visto lo que mi padre no vio, la caída de la gran mentira, no fue motivo de asombro. Él y sus camaradas la previeron hace ya 70 años .

 

Vlady nació en Petrogrado (después Leningrado, hoy San Petersburgo), el 15 de junio de 1920. Su nombre completo era Vladimir Kibalchich Russakov, hijo de Victor Kibalchich, mejor conocido como Victor Serge, y de Liuba Russakov, una mujer sensible y frágil que pagaría con la locura el crimen de ser esposa de un disidente e hija de un anarquista.

-A pesar de ser un bolchevique convencido, mi padre tenía formación anarquista y nunca de dejó de ser libertario. Me llamó Vladimir no, como muchos creen, en honor a Lenin, sino a Vladimir Mazin, su mejor amigo y hermano espiritual de entonces, quien había muerto en la defensa de Petrogrado .

Cuando nació Vlady, Victor y Liuba vivían en el Astoria, el famoso hotel convertido en residencia de revolucionarios. Muy cerca estaban: el Palacio de Invierno, la Fortaleza Pedro y Pablo (donde cuarenta años antes habían colgado a Nicolái Kibalchich, un antepasado de Vlady, implicado en el asesinado del zar Alejandro II), la catedral San Isaac , el Instituto Smolny (alguna vez cuartel general de Lenin), y el monumento a Pedro el Grande (donde, cien años antes, se había fraguado el movimiento decembrista, primer intento -fracasado- de llevar a cabo una transformación democrática de Rusia).

-Era –precisaba Vlady con orgullo- el primer cuadro de la revolución .

 

En aquel año de 1920, la revolución acababa de romper el cerco militar y tropezaba contra el hambre y las primeras regresiones burocráticas. Rusia vivía los últimos destellos de una etapa muy fecunda de su historia, un momento de gran apertura y florecimiento cultural, que el gran historiador Pierre Pascal –tío político de Vlady- definió como el Renacimiento Ruso del siglo XX. Los hombres que lo animaron no estaban especializados en una rama de la vida intelectual: los poetas eran también novelistas, los novelistas eruditos, y todos eran un poco filósofos, incluso los pintores y los músicos. 2

 

Algo de aquella tradición le queda a Vlady si al empezar su libro, Abrir los Ojos para Soñar, nos dice: “ya no cabe pintar sin reflexión previa”. 3

-Mi infancia –contaba- transcurrió entre bolcheviques y apenas conocí niños. En la casa lo importante era este fuego sagrado que lo atraviesa todo: la revolución, el sacrificio, la represión, la muerte, los pogromos. Crecí en medio de una vasta constelación de países, idiomas y culturas: Rusia, Alemania, Austria, Bélgica, los Países Bajos, Francia, España, Italia, México. Viví, sucesivamente, la consolidación, degeneración y derrumbe de la Unión Soviética. Comprendo los nacionalismos y, por esto, los detesto. Los padecí y fui testigo de sus crímenes.

-Sin haberlo escogido me tocó vivir la resistencia al totalitarismo en la antigua Unión Soviética , y la áspera lucha contra el fascismo en Europa. Estas peripecias me hicieron conocer a gente extraordinaria: disidentes, viajeros, poetas, artistas, escritores y, sobre todo, revolucionarios de todas partes.

-Ellos fueron mis maestros. Muchos eran obreros, orgullosos de su clase y concientes de llevar un mundo nuevo dentro. Todos eran hombres cultos –incluso eruditos-, casi siempre autodidactas y diestros en muchos idiomas. Son tipos humanos que hoy están en vía de extinción. Grabadas en las caras de todos ellos, todavía leo las angustias y las esperanzas de una época.

Vlady hablaba y escribía en varios idiomas, aunque en ocasiones con faltas de ortografía, porque casi nunca fue a la escuela. Como su padre, como muchos vagabundos geniales de aquella generación, él también fue un autodidacta que se formó con el rigor de los revolucionarios rusos y la libertad de los anarquistas franceses. Desde niño, con el dibujo, aprendió a cultivarse y a encontrarse a sí mismo. Gran lector, heredó de su padre la pasión por los libros: no sólo arte, sino literatura, política, filosofía, psicoanálisis, historia. En las estanterías de su biblioteca, a un lado de los autores soviéticos (en ruso), se amontonaban de la manera más desordenada los clásicos de la modernidad: Hegel, Marx, Stirner, Bakunin, Dostoyevski, Nietzsche, Schopenhauer, Freud, Jung, Burckhardt, Huizinga… mismos con los que dialogaba y polemizaba continuamente.

-En la memoria de mi primera infancia se entrecruzan imágenes de inviernos polares y de reuniones conspiradoras en Europa Central, en donde residimos un par de años a principio de los veinte.

-Muy chico hice el descubrimiento que cambiaría el rumbo de mi vida: el museo Hermitage de Leningrado, uno de los mejores del mundo. Estaba a dos cuadras de la casa y ahí iba a buscar refugio. Pasaba mis días contemplando sus cuadros, en particular los del Renacimiento, que desde entonces me siguen apasionando. La pintura italiana de esta época es todavía la que me parece más convincente, no por ser italiana, sino por ser universal. De los italianos me llegó la inspiración y después de mucho trabajo me fui creando un estilo personal.

-La pintura fue, a la vez, una fuga y un medio para afirmar mi personalidad en un mundo hostil. Brotó en mí como evasión o como terapia, posiblemente porque nuestra vida familiar nunca fue fácil. Creo que en la literatura no me hubiera desarrollado porque la figura de Serge es demasiado imponente. Dibujar implicó para mi esbozar un terreno propio, establecer con mi padre una comunicación privilegiada y, eventualmente, encontrar un camino en la vida.

-Desde que tengo memoria he dibujado de todo, sin cesar. Con el tiempo esto se convirtió en una identidad, en mi manera de relacionarme con el mundo. Toda la vida me he hecho preguntas: en la mañana, en la tarde, en la noche.

-¡Cuántas veces me obsesionaron las sombras del pasado! Hoy puedo contemplar este pasado, entiendo lo que hicieron mi padre y sus compañeros, y hago el intento de darme algunas respuestas sin ser aplastado. Al mismo tiempo, me queda perfectamente claro que no quiero idealizarlos. Entre las flores y los frutos de esta especie, la de los revolucionarios, se da lo mejor y lo peor; todas las grandezas y todas las enfermedades.

-Mi padre y sus compañeros representan para mí una suerte de espiritualidad atea que expresa pasión, sufrimiento y, también, sabiduría. Yo creo en una espiritualidad revolucionaria, que no es aquella que apela a Dios o a Cristo. Con sus enroques y su pobreza, sus doctrinarismos arcaicos y sus inteligencias insuficientes, esta espiritualidad es lo que me sigue intrigando.

 

Entre la revolución y el Renacimiento

 

Poco a poco empecé a entender la pelea de Vlady con el arte moderno. En los albores del siglo XX, la vanguardia dadá y surrealista se pensó a sí misma como revolucionaria. En Nadja , este gran manifiesto del amor subversivo, André Breton escribió: “la luz que prefiero en los cuadros de Courbet es la de la plaza Vendôme en el momento del derrumbe de la Columna”. 4 Combatiente, miembro de la Federación de Artistas y de la Comisión de Enseñanza de la Comuna de París, Gustave Courbet (autor, entre muchos cuadros, de un magnífico retrato de Proudhon) exigió la demolición de este símbolo del poder imperial de Francia. Para Breton, el acto simboliza el compromiso lúdico del arte con la construcción de un mundo nuevo. Vlady tiene otra historia. No tuvo que imaginar la revolución, porque fue hijo de ella. O, mejor dicho, hijo de la derrota de la revolución.

Cuando, niño travieso, buscó refugio en el museo Hermitage, ya se estaba gestando el totalitarismo estalinista. La policía política encarceló a su padre por el delito de pensar y Liuba se volvió loca. En el arte iba a instalarse una soporífera monotonía, a la par con un radical desprecio por el individuo. No es una casualidad si Vlady descubrió el Renacimiento. Según Elie Faure (cuya obra Vlady estudió en París por sugerencia de Wilfredo Lam), el Renacimiento cuenta la epopeya del individuo, la insurrección espiritual contra siglos de dogmas, prohibiciones, y represión. 5

Se inventó el concepto de perspectiva y se crearon los fundamentos de la pintura en tres dimensiones (una de las obsesiones de Vlady maduro), lo cual permitió mirar lejos, soñar, y, como diría Ernest Bloch, introducir en el arte una dimensión utópica. Los rostros encendidos de los cuadros de Giorgione y de Tiziano animaron a Vlady y le dieron una razón para vivir.

Dibujar fue también un acto de resistencia cuando, en compañía de su padre y de viejos bolcheviques antiestalinistas, Vlady estuvo confinado tres años en Orenburgo. Era la época de la gran carestía y casi se muere de hambre. Hallé en el Musée Social de París un llamado de André Gide para salvarle la vida al hijo de Victor Serge, preso en la Unión Soviética. Una carta de Jenny Russakov -esposa de Pierre Pascal y tía de Vlady- define muy bien la atmósfera que vivía la familia: “mis papas, detenidos, Victor detenido, Liuba enloquecida, Vlady quien sabe dónde. Siento que yo misma voy a enloquecer…”. 6

–Aquello fue terrible, contaba Vlady. Todo era desolación: cadáveres en descomposición, niños hambrientos que deambulaban en las calles. Nosotros sobrevivimos a duras penas, en parte gracias a los francos que, de vez en cuando, Serge recibía de la venta de sus libros en Francia, o de las colectas organizadas en París por la revista La Révolution Proletarienne .

-Las temperaturas eran infernales. Cuarenta grados arriba en el verano, cuarenta grados abajo en invierno. En las noches, la trémula luz de una lámpara de petróleo esclarecía la mesa redonda en donde mi padre y yo nos sentábamos, el uno frente al otro. Él me hablaba del mundo Occidental, de la democracia, de los sindicatos... Me leía poemas en voz alta, a menudo en francés. Yo dibujaba y, aunque era muy difícil conseguir los útiles, hice muchísimas acuarelas, algunas de la cuales conservo hasta el día de hoy.

En abril de 1936, Victor, Liuba, Vlady y Jeannine, su hermanita recién nacida, lograron al fin salir de la URSS. Después de las penurias de Orenburgo, todavía adolescente, Vlady descubrió los fastos de Europa.

-¿Cómo te acostumbraste a la nueva vida?, le pregunté.

-Es muy fácil ajustarse a la libertad, contestó. Más duro es aceptar la tiranía…

Aun así, Serge relata el asombro de su hijo frente a la opulencia comercial de Bruselas. “¿Ese almacén donde hay zapatos para todo Orenburgo pertenece a un solo propietario?”, preguntaba incrédulo. Los bancos, la Bolsa, las tiendas repletas de mercancías; todo aquello parecía una locura al adolescente soviético. 7

Y siguió pintando. En este momento la vanguardia artística europea había agotado el ciclo creativo. Sus negaciones se estaban convirtiendo en procedimiento, la crítica en retórica, la trasgresión en repetición.

Marcel Duchamp, una de las inteligencias artísticas más agudas del siglo, ya había dejado la pintura por el ajedrez, un acto polémico sin duda, pero también estéril.

Vlady conoció a Breton y a los pintores surrealistas en los cafés de Montparnasse, hacia 1937-38. Él era entonces un adolescente tímido y retraído que adoraba a su padre y militaba en el POUM, el partido comunista disidente de España cuyos principales dirigentes estaban siendo masacrados por los esbirros de Franco y de Stalin. 8

 

Breton -a quien apodaban “el papa”- pontificaba y emitía juicios rudos sobre todo el mundo. Si alguien le resultaba antipático, disparaba la terrible frase: querido amigo, usted no tiene talento . El psicoanálisis, la sinceridad y la crueldad estaban al orden del día, sin embargo los surrealistas le parecieron a Vlady tigres de salón. Años después, suavizaría aquellos juicios apresurados, pero entonces el desencuentro fue inevitable.

-Yo hacía trabajo político, explica, y ellos, sofisticados y un tanto vacíos, no cabían en la cabeza de un joven con mentalidad ascética que venía del medio de los bolcheviques exiliados.

Esto del trabajo político no es cuento. El diccionario biográfico del movimiento obrero francés menciona a Vlady como integrante de Nouveau Départ (Nuevo Comienzo), un efímero pero combativo grupo de disidentes trotsquistas y libertarios que existió en París a finales de los años treinta. 9

 

Mary Jane Gold -quien conoció a Vlady en la villa Air-Bel (Marsella) donde junto a Serge, al propio Breton, a Benjamín Peret, Victor Brauner, Oscar Domínguez, Wilfredo Lam y otros antifascistas esperaba embarcarse por el Nuevo Mundo- cuenta que lo tuvo como maestro de marxismo. “Toda mi vida –escribe- voy a asociar el carácter ineluctable de la revolución con el secuestro de Perséfone porque es sobre el fondo de esta pintura que se recortaba el joven rostro apasionado de Vlady mientras me explicaba las complejidades del materialismo dialéctico”. 10

 

La dimensión estética

 

Huelga decir que Vlady nunca acató las directivas de Breton sobre la pintura. Siguió su propio camino e intentó transformar en fiesta el duelo proclamado por la muerte del arte. Cambió el Hermitage por el Louvre, se apasionó todavía más con el arte clásico, y estudió en taller del escultor Aristide Maillol, otro gran enamorado del Renacimiento. Llegó a México en 1941, y es aquí donde, gracias a Rivera y a Orozco, descubrió el muralismo, que acabó renovando tanto en los temas, como en los materiales y en la técnica del color.

 

Nuestras pláticas volvían a menudo sobre los surrealistas que fueron sus grandes interlocutores. Yo le mencionaba la famosa polémica entre Breton y Artaud sobre el sentido político del arte:

-¿tiene que estar el arte al servicio de la revolución como sostenía Breton o bien, como creía Artaud, la revolución debía de ponerse al servicio del arte?

-No tenemos por qué comprar esta polémica, contestaba Vlady enfadado.

-También se habló de literatura proletaria. Se dijeron muchas idioteces. Entre salvar del fuego a la Gioconda y a un camarada herido, ¿qué escogerías? Yo no se qué contestar. Lo que debería decir es la Gioconda, salvar la eternidad del espíritu. ¿Por qué me la ponen tan difícil? Las palabras servicio y servidumbre ya me molestan. Toda la vida es un deambular y buscar salida del laberinto con un hilo de Ariadna invisible, que es el itinerario hacia sí mismos. El talento no es más que sacrificarlo todo en beneficio de una obsesión.

-La dimensión estética –argumentaba- es revolucionaria per se , en cuanto es la constante transformación de los sentidos en otros. Es revolucionaria porque cada escritor, pintor, escultor o músico encuentra algo nuevo que añadir a las sensaciones del alma. Cuando te transformas a ti mismo, transformas a los demás. He aquí el nexo con lo colectivo.

Vlady siempre reivindicó la superioridad de la estética sobre la ética, algo que le llegaba de Nietzsche, uno de sus autores predilectos. El propio Serge hizo algo parecido cuando escogió el género de la novela para expresar la tragedia de la revolución traicionada.

Las ideas de Vlady remiten también al filósofo Herbert Marcuse quien escribió: “la verdad del arte se encuentra en su capacidad de romper el monopolio de la realidad establecida (es decir: de quienes la establecen) de definir lo que es real. En esta ruptura que es la realización de la forma estética, el mundo ficticio del arte aparece como la verdadera realidad”. 11 Esto es lo que Walter Benjamín llamó aura, y expresa perfectamente las preocupaciones de Vlady. Nada más alejado de él que una concepción clasicista que limita la relación con la belleza a una petrificada contemplación. Ni le es propia la idea de un arte “puro”, que rechaza su función social. La estética de Vlady es, en primer lugar, un combate político.

-Después de haberlo rechazado toda la vida, creo ser profundamente surrealista, acabó por admitir. Se podría decir que hay una convergencia temática: el discurso del inconsciente. Ahora, donde no soy surrealista es que soy de un gran rigor con los materiales. Un surrealista puede hacer un cuadro con botones o con cerillos. Esto no es pintura. Puede ser arte plástico; yo también lo hice, pero definitivamente no es pintura. Yo diría que no hay un clásico sin los rigores del oficio.

-Mi rigor es el retorno a la pintura absoluta. La pintura no es qué se pinta sino cómo se pinta. La pintura moderna y la clásica se diferencian en que la clásica es luminosa, cristalina, perenne; la pintura moderna sólo expresa el momento, es efímera y exalta lo efímero.

-Aunque, añadió corrigiéndose a sí mismo, hay obras efímeras que duran siglos; la de Picasso , por ejemplo.

 

Vlady ante el ruido de la cascada del tiempo

 

¿Qué lugar ocupa Vlady en la pintura contemporánea y, particularmente, en el muralismo mexicano? Contestar no es fácil y menos para mí que no soy crítico de arte. Escribe Octavio Paz: “con su obra y aún más con su actitud negadora de la obra, Duchamp cierra un periodo del arte de Occidente (el de la pintura propiamente dicha) y abre otro que ya no es “artístico”: la disolución del arte en la vida, del lenguaje en el círculo sin salida del juego de palabras, de la razón en su antídoto filosófico – la risa. Duchamp disuelve la modernidad con el mismo gesto con que niega la tradición”. 12 Ahora sabemos que el proyecto de Duchamp no se realizó. El arte moderno agotó sus virtudes críticas en una cadena interminable de vanguardias que se repiten sin superarse.

 

Hijo de la revolución, el muralismo fue la respuesta mexicana a la crisis del arte occidental. Cuando Vlady llegó a México, sin embargo, el muralismo también empezaba a entrar en crisis, igual que la revolución de que era expresión. El propio Diego le sugirió que fuera a Italia a buscar las raíces de la pintura. El trabajo de Vlady es posiblemente una respuesta a la doble crisis de la vanguardia europea y del muralismo y, en plano personal, la solución de aquella tensión entre revolución y Renacimiento que lo obsesionó desde la niñez. Solución y no síntesis, porque los dos polos conviven y persisten en Vlady.

“Suele suceder –escribió hacia mediados de los años cincuenta- que me avergüenzo de no tener éxito. Como si engañara a alguien (…) Pero menos que el éxito necesito la comunión que la aceptación representa a veces (…) No me siento, sin embargo, condenado al ostracismo. El día que el resultado de nuestro trabajo (de Isabel y mío) pueda presentarse en una secuencia evolutiva, hallará eco y se abrirá camino”. 13 ¿Se cumplió la profecía? Sí y no. Sí porque la pintura de Vlady, y en particular sus murales, “van para arriba”, algo que ahora admiten incluso quienes no lo quisieron en vida. Y no, porque me parece que la crítica no le otorgó a Vlady el reconocimiento que merecía.

Autor de varias monografías sobre la pintura contemporánea de México y, en su momento, el más connotado especialista en materia, Luis Cardoza y Aragón nunca lo mencionó, ni tampoco lo hizo Octavio Paz. 14 En el caso del primero se puede aducir el abismo espiritual que separó a los dos hombres. Las ideas políticas de Vlady, hijo de disidentes soviéticos y disidente él mismo, se hallaban en las antípodas de las de Cardoza quien, siendo embajador de Guatemala en Moscú en tiempos de Stalin, escribió que la URSS era “la creación social y política más interesante de la historia”. 15

Paz, al contrario, tenía cordiales con Vlady y además reconocía abiertamente la deuda intelectual que él mismo tenía con Victor Serge. 16 Sin embargo, escribió extensivamente sobre la generación de La ruptura -el grupo de pintores mexicanos al que, alguna vez, perteneció Vlady- sin jamás tomarlo en consideración. ¿Por qué?

Muchas cuestiones quedan abiertas.

Para Vlady el muralismo mexicano representaba algo parecido a lo que en el Renacimiento Italiano fue el Quattrocento, o sea una pintura universal. Sin embargo, en México no hubo un Cinquecento, es decir una pintura en tercera dimensión, con la profundidad e, incluso, en cuarta dimensión, con el movimiento. Pensaba que ese Cinquecento no se dio porque para ello se debía conocer el uso de materiales como los maestros italianos y flamencos. La utopía de Vlady fue crear una suerte de Cinquecento mexicano. El problema es que el arte, además de creación individual, es empresa colectiva y Vlady fue básicamente un genio aislado. Él mismo opinaba que, para ser grande, la pintura tiene que estar en simbiosis con el entorno en que se produce. Este entorno debe ser “cómplice” de los artistas. La Florencia renacentista jugó este papel. La burguesía parisina fue cómplice de sus pintores impresionistas. Y en México, el Estado post-revolucionario fue cómplice de los muralistas.

Al romper con la pintura comercial, Vlady intentó revivir la misma relación de complicidad en un contexto completamente diferente y con otros actores. Aquella cercanía con el “príncipe” fue la otra cara de su disidencia permanente. Crítico de todos los poderes, sucumbió en ocasiones a su fascinación y es lo que, con algo de razón, muchos de sus detractores le reprocharon siempre.

-No hay ningún Lorenzo de Medici a la vista, le decía yo, escéptico.

-Es lo que hace falta, contestaba carcajeándose. Vivimos en el mundo equivocado.

 

Tepoztlán, Morelos, 31 julio de 2005

Una versión resumida de este testimonio es incluida en el libro titulado Vlady: de la revolución al renacimiento , publicado por Siglo XXI

Ver también El pintor de la revolución social , texto leído por el autor en el homenaje a Vlady que tuvo lugar el 21 de agosto 2005 en la biblioteca Lerdo de Tejada - http://www.fundanin.org/albertani4.htm

 

 

* Este texto es la reelaboración de la plática que ofrecí el 19 de julio de 2002, en el museo Iago de Oaxaca, en la inauguración de una exposición de Vlady.

Vlady, Cuaderno de apuntes , nota con fecha 13 de febrero de 1956, inédito, Archivo de Isabel Díaz de Vlady, Cuernavaca, Morelos.

2 Pierre Pascal, Las Grandes Corrientes del Pensamiento Ruso Contemporáneo , Encuentro Ediciones, Madrid, 1978, pág. 26.

3 Vlady, Abrir los Ojos para Soñar, Siglo XXI, México, 1996, pág. 5.

4 André Breton, Nadja, Editions Gallimard, París, 1964, pág. 14.

5 Elie Faure, El arte del Renacimiento. Un apasionante recorrido por las manifestaciones estéticas de la época que revolucionó el arte , Alianza-Ediciones del Prado, Madrid, 1995.

6 Carta de Jenny Russakov a Adrienne Montégudet, 23 de abril de 1933, Musée Social, Fonds Victor Serge .

 

7 Victor Serge, Memorias de mundos desaparecidos (1901-1941), Siglo XXI Editores, México, 2002, pág. 330.

8 Partido Obrero de Unificación Marxista . Joaquín Maurín, secretario del POUM al momento del golpe, fue detenido en zona franquista en 1936. Andreu Nin, su sucesor, fue asesinado por la policía política de Stalin en junio de 1937.

9 Jean Maitron, Dictionnaire biographique du mouvement ouvrier français , Éditions de l'Atelier, París, 1997. Véase, en particular, las entradas: “Mathias Corvin” y “Dina Vierny”.

 

10 Mary Jane Gold, Marseille Année 40 , Phébus, París, 2001, pág. 366.

11 Herbert Marcuse, The Aesthetic Dimension , Beacon Press, Boston , 1979, pág. 9.

12 Octavio Paz, Estrella de tres puntas. André Breton y el Surrealismo , Editorial Vuelta, 1996, pág. 73.

13 Vlady, Cuaderno de Apuntes , op. cit., 29 de mayo de 1956.

1 4 Luis Cardoza y Aragón, Pintura Contemporánea de México , Ediciones Era, México, 1991; Octavio Paz, México en la obra de Octavio Paz , tomo III, Los Privilegios de la vista , Fondo de Cultura Económica, México, 1987 .

15 El placer de corresponder. Correspondencia entre Cardoza y Aragón, Muñoz y Arriola (1945-1951 ), Prólogo, selección y notas Arturo Taracena, Arely Mendoza, Julio Pinto, Editorial Universitaria, Universidad de San Carlos de Guatemala, Guatemala, 2004, pág. 101.

16 Octavio Paz, Itinerario, FCE, México, 1993, pág. 74. Las referencias a Victor Serge son numerosas en la obra de Octavio Paz.

 


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